El escritor argentino afincado en Madrid Guillermo Roz
inicia una trilogía autobiográfica con la novela "Tendríamos que haber
venido solos", en la que destila una visión cáustica, grotesca y
tragicómica de la Argentina de los años 70.
La historia trata de una visita que
el protagonista, Norberto, y su novia embarazada hacen con su suegra para ver su primera
casa, situada en las afueras de la ciudad, donde, sin que lo sospechen,
sus vidas cambiarán para siempre. El origen de la
novela es "una anécdota" familiar: trata de un viaje iniciático que sus padres
hicieron para conocer su primer piso, "ganado en un sorteo", y en el que
estaban acompañados por su abuela, "que siempre decía algo más".
Comentarios de su abuela, como "tan lejos se van a ir a vivir",
siempre moviéndose entre la simpatía y la grosería, motivaron una mutua
mirada de sus padres y la frase que quedó grabada más tarde en el
pequeño Guillermo: "Tendríamos que haber venido solos".
La escena, reconoce Roz, está copiada ahora en la novela, pero "lo
demás es imaginado" y su imaginación, dice, "es muy perversa" y por eso
esa pareja y la mujer que les acompaña viven situaciones que se
convierten en una pesadilla.
En palabras del propio autor, "una tormenta salvaje les lleva a un
accidente, ante el cual han de tomar cartas en el asunto y a veces las
decisiones son nuevos accidentes, nuevas pesadillas".
"Tendríamos que haber venido solos" es el inicio de una trilogía que
tiene en común unos espacios geográficos, la tensión de thriller y una
estructura cinematográfica.
Roz califica estas tres novelas, que ya tiene escritas, de "trilogía
del thriller triste", protagonizada por unos personajes que "buscan la
felicidad, pero en ese tránsito conocen todas las esquinas de la
infelicidad".
La intención del autor argentino es hablar de ese puzzle que
constituyen los seres humanos, en el que siempre falta una pieza, que
difícilmente se encuentra.
El humor es fundamental en sus novelas, admite Roz, para quien " es
el salvoconducto de toda tragedia" y determina que "quien aprende a
reirse de sí mismo, a ver el lado más surrealista de la vida, está
tocado por una varita mágica".
Piensa Roz que la novela es un homenaje a la memoria de sus padres,
"más que a una memoria personal", una memoria que ahora él ha
reconstruido a partir de "las palabras" de su infancia, de sus padres y
de "los colores sepia de las fotos familiares".
Aceptaría el escritor que su novela fuera costumbrista, "si ser
costumbrista también quiere decir que en un momento el costumbrismo se
puede desenfocar hacia lo salvaje", precisa.
Recuerda con cierta nostalgia su establecimiento en España, que
decidió tras su segunda visita turística a Madrid, tras ver la
Biblioteca Nacional.
"Visitar la Biblioteca Nacional fue un disparador de todos mis sueños
literarios, y allí viví un momento de misticismo literario, me di
cuenta de que esta tierra tenía una magia literaria especial, con un
movimiento de libros y de autores jóvenes que no había en mi país",
dice.
Y fue así como decidió quedarse, con un poco de ropa y las obras
completas de Borges bajo el brazo, un autor a quien considera el máximo
representante en la literatura, sólo después de Cervantes.
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