jueves, 18 de julio de 2013

Matar al miedo

Hacía tiempo que no soñaba algo así... El hombre vestido de negro de nuevo se reía de mí, mientras hundía sus negros ojos en los míos intentando devorarme y yo me hacía pequeña ante su presencia. Ya estaba harta de él, de que destrozara todos mis sueños y los convirtiera en pesadillas, de que envolviera mis noches con su manto negro y no me dejara ver la claridad que entraba por mi ventana. El odio me crecía de la boca del estómago creándome un nudo en la garganta y agarré el cuchillo con fuerza. Me quedé contemplando la brillantez del filo segundos antes de clavárselo en el estómago. Me quedé mirándolo, viendo cómo se desangraba, y por primera vez en mucho tiempo me sentí bien. Y no fue tanto el consuelo cuando decidí hundir el cuchillo mucho más adentro, que seguí clavándoselo hasta que el hombre se retorció y hizo un gemido sordo que disfruté. Le susurré al oído palabras llenas de significado y otras que no tenían tanto. Le maldije por haber matado una parte de mí y enterrarla debajo de mi cama, esa que quizá nunca podría ya recuperar... El también me susurró: -"solo estoy dentro de ti, tu me creaste"-.
Entonces apareció ella, la fiel compañera, la que siempre está presente y nunca sentirás que te abandona , la que te hace disfrutar de los días por el hecho de saber que existe. La muerte. 

La muerte vino, presentándose de repente y en silencio, como siempre lo hace, en silencio y cuando menos te lo esperas, con su forma oscura de moverse y envolverse, con su frialdad y naturalidad a la vez, y con sus zarpas lo engullió todo, no antes de acariciar con sus pezuñas el rostro pálido de aquél ser de la que ella misma se nutría. Sonrió y por un momento me di cuenta que ella disfrutaba tanto como yo. Mi mano sangraba y yo como ella me sentía poderosa, grande, única. Pensé por un momento, que había matado al miedo.