Hacía tiempo que no soñaba algo así... El hombre vestido de negro de nuevo se reía de mí, mientras hundía sus negros ojos en los míos intentando
devorarme y yo me hacía pequeña ante su presencia. Ya estaba harta de él, de
que destrozara todos mis sueños y los convirtiera en pesadillas, de que
envolviera mis noches con su manto negro y no me dejara ver la claridad que
entraba por mi ventana. El odio me crecía de la boca del estómago creándome un
nudo en la garganta y agarré el cuchillo con fuerza. Me quedé contemplando la
brillantez del filo segundos antes de clavárselo en el estómago. Me quedé
mirándolo, viendo cómo se desangraba, y por primera vez en mucho tiempo me
sentí bien. Y no fue tanto el consuelo cuando decidí hundir el cuchillo mucho
más adentro, que seguí clavándoselo hasta que el hombre se retorció y hizo un
gemido sordo que disfruté. Le susurré al oído palabras llenas de significado y
otras que no tenían tanto. Le maldije por haber matado una parte de mí y
enterrarla debajo de mi cama, esa que quizá nunca podría ya recuperar... El
también me susurró: -"solo estoy dentro de ti, tu me creaste"-.
Entonces apareció ella, la fiel compañera, la que siempre está presente
y nunca sentirás que te abandona , la que te hace disfrutar de los días por el
hecho de saber que existe. La muerte.
La muerte vino, presentándose de repente y
en silencio, como siempre lo hace, en silencio y cuando menos te lo esperas,
con su forma oscura de moverse y envolverse, con su frialdad y naturalidad a la
vez, y con sus zarpas lo engullió todo, no antes de acariciar con sus pezuñas
el rostro pálido de aquél ser de la que ella misma se nutría. Sonrió y por un
momento me di cuenta que ella disfrutaba tanto como yo. Mi mano sangraba y yo
como ella me sentía poderosa, grande, única. Pensé por un momento, que había
matado al miedo.