jueves, 22 de noviembre de 2012

La cara oculta de Argentina

Villa 31- Retiro
Ya va a hacer un año que por primera vez pisé el suelo de Buenos Aires. Debo reconocer que los principios son desesperantes, sobre todo si llegas sin papeles de residencia y sin trabajo pues nadie te da trabajo sin papeles, y nadie te da papeles sin trabajo. Tampoco puedes estudiar porque también necesitas papeles. Y cuando no faltan papeles, faltan sellos en los papeles y cuando no faltan sellos faltan amigos con quienes poder conversar y desahogarse. Falta en quien poder confiar cuando todo a tu alrededor es extraño y hostil, a quien preguntar cuando no sabes que hacer o estás perdida porque no sabes dónde están las cosas. 
A pesar de ello, creo que es ahora cuando empiezo a disfrutar algo de este país que me va mostrando sus pequeños secretos poco a poco. Creo que he encontrado el encanto de Buenos Aires en lo que muchos argentinos encuentran digno de rechazo, y es por eso que me atrapó desde el principio. Quienes me conocen saben que lo que es rechazable y despreciable para la mayoría despierta siempre mi interés. Con ello se aprende a abrir los ojos. Esta vez fue el fenómeno de las villas, donde ahora voy de voluntaria, específicamente en una de las consideradas más conflictivas, Ciudad Oculta o Villa 15, que ahora alberga más de 20.000 habitantes.
Ciudad Oculta- Villa 15
Para quien no sepa, las villas miseria -también llamadas villas de emergencia-  son asentamientos de gente pobre, donde se construyen sus propias casas por falta de recursos económicos y donde la mayoría vive sin agua y sin luz. Extraigo de un artículo de 20 Minutos: "El censo 2001 indicó que Argentina padece un déficit habitacional de cuatro millones de casas, que casi la mitad de sus habitantes viven apiñados en casilla de chapa y cartón con pisos de tierra, usando el agua que brota de napas contaminadas, sin cloacas ni recolección de basura." 

Nada más llegar a Argentina y hablando con la gente, pude comprobar el rechazo a los villeros puesto que donde hay pobreza, hay delincuencia, y la delincuencia se traduce en inseguridad. Muchos roban para vivir o consumir, otro de los aspectos fundamentales de la pobreza: el consumo de drogas. La droga que se consume en las villas es el "paco", que se forma con residuos de la fabricación de la cocaína, procesada con ácido sulfúrico y queroseno. Se consume tanto porque una dosis sólo cuesta  2 pesos (33 céntimos de euro) y lo tienen siempre a mano.  


El paco podría equipararse a la heroína puesto que la adicción que se sufre es parecida. La gente que consume no puede dejar de consumir por el malestar que siente cuando deja de hacerlo, y el desgaste y los problemas físicos que acarrea son también muy parecidos. Según el gobierno de la provincia de Buenos Aires, el consumo intenso de paco puede producir muerte cerebral en al menos seis meses. 


El paco es una droga reciente, antes los chicos de la villa cogían el autobús para ir a robar pero debido a la adicción empezaron a robar a la gente de la villa, lo que provocó que empezaran a poner rejas en las "casas" -dentro de la propia villa- para evitar robos. La gente que desprecia las villas no se da cuenta de que la gente que vive allí dentro es la que primero sufre la inseguridad. Allí dentro hay buena gente y mala gente, como en todos lados. Pero sobre todo hay pobreza y necesidad. He llegado a oír que hay gente en las villas que vive muy bien. Yo todavía no lo he visto. No se puede juzgar desde fuera. Hay niños que viven en los callejones de la villa - callejones que no tendrán más de 2 metros de ancho- porque sus padres se engancharon al paco y lo vendieron todo y tienen que robar para poder dar de comer a sus hermanos. ¿Quién puede juzgarles?



El otro día leí una frase de Jorge Tasín -coordinador de  un proyecto para hijos con padres adolescentes llamado Sueñitos-, que resume muy bien lo que aquí quiero expresar: "que los chicos maten cuando roban, que no valoren la vida ajena no nos tiene que sorprender, porque nadie valora la vida de ellos..."
"Son chicos que no van a la escuela, que los rechazan en los programas de las cooperativas, que viven hacinados en la villa, sin esperanzas, al margen de la sociedad. Nunca se les enseñó a valorar su propia vida. Son chicos violados y desvalorizados desde siempre. Como mucho tiene de pilar a sus madres. Pero esas mujeres son a su vez maltratadas por los demás”.

La labor que hacen los curas villeros es continua y ante todo admirable y necesaria. Los villeros son muy creyentes y ponen toda su fe y confianza en ellos, que viven solo, con y para ellos. Les escuchan y ayudan con sus problemas familiares y escolares. Y les ayudan a salir de las drogas. Les brindan la protección, el cariño y la confianza que desde pequeños les falta. 

Como referente de estos sacerdotes está el Padre Carlos Mugica, que dió su vida por los más desfavorecidos y dónde la mayor parte de su labor comunitaria tomó lugar en la Villa de Retiro. Asesinado el 11 de mayo de 1974, dejo aquí su oración más conocida:


"Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece;

Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no;

Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas , de las que puedo no sufrir, ellos no;

Señor perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo;

Señor: Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre;

Señor: perdóname por decirles 'no sólo de pan vive el hombre' y no luchar con todo para que rescaten su pan;

Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí;

Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos;

Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.  Ayúdame."

De la película "Elefante Blanco" en homenaje al padre Carlos Mugica
Me gustaría poder seguir tratando esto en mis próximos escritos. Hasta entonces...au revoir



jueves, 15 de noviembre de 2012

"Instinto de libertad" de Alan Clements

"Esta revolución no se ganará o perderá en un retiro para meditar, una calle de la ciudad, un salón o un monasterio. Se logrará en la vanguardia del corazón humano: esa borrascosa región donde luchan el bien y el mar, el genio y la locura, la paz y la guerra por el dominio de la conciencia, la libertad y el amor. Pienso que cuando el compromiso, la duda o la vacilación dejan de atraernos, resulta inevitable que encontremos un inesperado atisbo de lo sagrado. Empezamos a escuchar nuestro instinto de libertad -lo que realmente amamos- y dejamos atrás todo lo demás.
Así es como me sucedió a mi."

Este libro es parte de la biografía de Alan Clements, el primer estadounidense que se convirtió en monje budista en el país surasiatico de Birmania.

En un principio cuenta que dejó la universidad y se dedicó a pintar, creyendo que esto le aportaría la felicidad que ansiaba pues estaba descontento consigo mismo y con todo lo que le rodeaba. Explica que pintaba bajo la influencia de alucinógenos como forma de explorar la conciencia y como forma muchas veces de liberación. Aún así, nunca logró escapar de su tristeza perturbadora. Fue cuando decidió aprender los fundamentos de la meditación budista y se marchó a Birmania, dándose cuenta de que Birmania era lo que siempre había estado buscando. "Sentí que había llegado al final de mi búsqueda. Había terminado con los libros. Con el viaje indefinido. Con cualquier  otra conversación que no condujese a nada. Quería conocer el mismo silencio al que se refieren todos los santos a lo largo de la historia como la esencia de la experiencia humana. Sentarse en calma para meditar con los ojos cerrados y adentrarse en una autonciencia continua eran las únicas cosas lógicas que quedaban por hacer. Quería la iluminación. Quería una paz perfecta, una realización perfecta, una transcendencia perfecta de mi ser sufriente y de este mundo en llamas." 
Allí se convirtió en célibe, donde encontró la felicidad en la entrega y la dedicación al conocimiento de la mente. "A veces, literalmente, lloraba de alegría por haber encontrado mi tribu, mi familia y mi razón para vivir." Pero entonces el país se encontraba sumido en un estado de terror totalitario bajo el gobierno del general Ne Win y miles de monjes recurrieron a las armas para luchar contra el régimen al lado de su pueblo oprimido. Meses después tuvo que dejar el país por orden del gobierno. Viajó por todos lados, pues al volver a la sociedad se encontraba de nuevo sumido en la tristeza y el vacío espiritual que le provocaba el mundo occidental. Aún así consiguió realizarse como monje, pudiendo explorar los límites de su propia conciencia, viajando por todo el mundo, estando en diversos escenarios de guerra.

Hay algunas reflexiones del autor que me gustaría exponer aquí. Cuando habla de la depresión. "Creo que la depresión es la consecuencia de sentir con intensidad (...) lo que se diagnostica como depresión no es otra cosa que un despertar a la autenticidad existencial y que no debería tratarse nunca como un problema psicológico del carácter que hay que corregir. (...) Lo primero que hay que hacer ante una depresión es escucharla como una llamada natural a aceptar nuestra propia humanidad y nuestra belleza natural, tal y como somos: dolidos, llorando y sintiéndonos derrotados. (...) La depresión empieza a perder su fuerza debilitadora cuando decidimos dejar de juzgarnos por sentimientos como la pena y nos exigimos ser más fuertes y menos atormentados, mejores y más profundos."

Según el autor cualquier grado de apego con cualquier forma de materialismo produce sufrimiento, por ello el motivo de la meditación consiste en cesar el apego y sufrimiento personal. También la ignorancia es considerada una fuente de sufrimiento "-no saber cómo amar y devolver la vida-."

Para los budistas existen dos maneras de encontrar la liberación. La primera es a través de las relaciones porque a través de ellas nos conocemos a nosotros mismos y sirviendo a los demás, pues no estamos tan fijados en nosotros mismos "fijación que es la raíz causal del odio, el miedo, la ira y todas las formas del sufrimiento." Y la otra es a través de la meditación y el aprendizaje de la mente y la conciencia. "El que medita practica morir en cada momento".

Este libro evoca una firme necesidad del hombre por conocerse, por explorarse, por encontrar nuestra propia autenticidad existencial. Por encontrar la verdadera felicidad.

jueves, 1 de noviembre de 2012

SAL CON UNA CHICA QUE LEE -Charles Warnke-

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.



Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el armario porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.